Hace más
de un mes que tengo pensado y medio escrito este post, y todavía no había encontrado
el momento de publicarlo, pero esta mañana he vivido una situación que me ha
hecho decidirme a colgarlo ya.
Me he subido en el bus con mi bebé de 6 meses que
estaba algo inquieto porque tenía sueño y no se podía dormir, y además prefería
ir en mis brazos. Pero era más seguro que fuese en el cochecito atado, por si
acaso hay algún frenazo o un arranque brusco, y además porque como llevo 5 días
con la neuralgia en el brazo, no me veo con fuerzas de portearlo. El caso es
que el peque ha lanzado unos chillidos, de esos tan agudos que son capaces de
emitir los bebés que parece que te van a perforar el tímpano, a modo de
protesta. Y para mi sorpresa, una señora mayor que iba sentada le ha gritado a
mi niño regañándole para que dejase de chillar. Como decimos aquí en Málaga: “me
quedao cuajá”.
Inmediatamente la he mandado callar: “Señora, no
le regañe ni le grite, que es un bebé y simplemente está protestando porque
quiere dormirse y no puede”.
¡Vamos! ¿Pero esto qué es? No solo las mamis
tenemos que aguantar a todos los opinólogos/as que nos dan consejos, incluso
órdenes, que están fuera de lugar, sobre la crianza de nuestros hijos, sino que
encima tengo yo que aguantar que una persona que no conozco de nada se otorgue
el derecho de llamarle la atención a mi bebé y y lo haga gritándole. Alucino.
Yo nunca le he gritado a mi hijo. Es un bebé. ¿Qué
sentido o beneficio puede tener eso para él? Además de no entenderlo, se
llevaría un susto de muerte. Si cuando juego con él y haciéndole carantoñas
toda emocionada elevo un poco la voz, el pobre abre los ojos desorbitados y
mueve los brazos y las piernas cual cucarachita panza arriba, imaginaos si le
alzo la voz enfadada, ¡se cagaría de miedo!
Aún así, el pasado mes de septiembre tuve la
oportunidad de asistir al taller “Deja de gritar” que impartió Mireia Long
(@MireiaLong) en Las Jirafas saben bailar (www.lasjirafassabenbailar.com) en Málaga. Quise asistir para obtener recursos
o herramientas que me ayudaran a evitar cualquier situación en la que pudiera
perder los estribos, porque mientras sea un bebé, tengo muy claro lo de no
gritarle, pero cuando sea más mayor, no sé cómo puedo reaccionar. Por lo que
explicaron los papás y mamás que también asistieron, cuando dejan de ser bebés
y empiezan a crecer, a menudo se producen situaciones que no pueden controlar y
acaban por gritarles a sus hijos. Ninguno de ellos quiere hacerlo, por
supuesto, y eso les hace sentirse mal.
Durante las dos horas y media que duró el taller
tuve a mi bebé en mis brazos, la mayor parte del tiempo dormido, así que fue
muy placentero y relajante para mí poder particiar en aquella charla sin separarme
de mi hijo. No pude tomar notas, pero en cuanto llegué a casa escribí en mi
cuaderno todo lo que pude recordar.
(Aquí me
veis sentada junto a Mireia, camiseta de rayas, debajo del árbol,
con mi niño en brazos aunque no se aprecie en la foto).
con mi niño en brazos aunque no se aprecie en la foto).
Lo que más resonó en mi cabeza ese día y todavía
sigue ahí (espero que por muuuuucho tiempo) es uno de los ejercicios que nos
propuso Mireia. Se trata de vernos a nosotros mismos como un GIGANTE gritando y
vociferando a un niño: si nos ponemos en el lugar del peque, ¿cómo nos
sentiríamos al recibir los gritos y la ira de alguien que supera por diez nuestro tamaño?
Yo me lo imagino así:
(Lo ilustro con esta foto de Monstruos S.A. por lo de darle un toque "infantil")
Mireia también nos recomendó otros ejercicios
que podemos practicar para evitar gritarles a nuestros hijos, que son muy
interesantes y que funcionan. Así que, desde aquí, os invito a que asistáis a
alguno de estos talleres, os encantará.
Un saludo especial a Mireia Long, por transmitir de una forma tan amena sus recomendaciones, porque hace que parezca fácil. Y mi agradecimiento
a Rosa Vilanova por hacerme llegar las fotografías de ese día (Rosa, quin gust trobar una catalana tan lluny de casa y que fa coses
tan boniques y útils per nens, mares i pares).
Un abrazo.