lunes, 29 de septiembre de 2014

¡Viajeros al tren!

El domingo viajé por tercera vez en AVE desde que nació Daniel. De las muchas veces que he viajado en este medio hasta ahora podría contar un montón de anécdotas, algunas divertidas y otras indignantes, pero la de ayer no tuvo desperdicio.


La semana pasada, cuando ya tenía comprado el billete para mí y para mi hijo, fui a comprarme una maleta grande a un bazar, por lo de economizar. Con descuento incluído, me salió por 24.65€. Aparecí en el barrio y en casa vacilando (entiéndase aquí vacilar de chulear, no de dudar) de la super maleta que me había comprado por tan poco dinero.


Lo cierto es que la susodicha dio tanto de sí en cuanto a capacidad que pude meter mi ropa y la del niño, además de un paquete de pañales talla 3, dos botes de leche de fórmula, dos fundas de cochecito más un protector, una canastilla, la mochila kanguroo, ropa sucia y enseres de aseo. De esta manera evitaba llevar más bolsas aparte, solo el bolso del cochecito y una bolsa con algo de comida.

Presumiendo a tope de mi proeza, me dirijí a la estación del AVE en Málaga a las 8 de la mañana, cuyo aparcamiento se hallaba inundado de mierda (perdón por la palabra, pero es una descripción real, aunque tal vez debería decir excrementos humanos, pero paso). MIERDA. Como en Málaga llueve poco, las alcantarillas se embozan, y cuando cae una tromba de agua como la de la madrugada del domingo, pasa lo que pasa... Que una alcantarilla expulsó a la superficie su escatológico contenido. El aire era irrespirable.

Ahí empiezo con mi retahíla de quejas: "que si hay que ver, menudo asco, esto tiene que pasar hoy que yo salgo de viaje, que por qué no limpian las alcantarillas, qué vergüenza, ahora se va a quedar el olor en las ruedas del cochecito, bla, bla, bla..." Así de indignada abro el maletero y, ¡Oh! la bolsa de la comida rueda hacia el suelo y ¡Chof! en pleno charco de aguas fecales. Menos mal que llevaba una bolsa de plástico en el bolso que suelo utilizar para meter el pañal del peque cuando hace caquita, por lo de evitar el mal olor si lo tengo que cambiar en el tren. Lo resolví rápidamente cambiando la comida de bolsa. Solo se me quedó un asqueroso olor a caca en las manos.

Toda mi obsesión en ese momento se centró en llegar al lavabo más cercano para poder lavarme las manos cuanto antes. Llego al lavabo. Cerrado por limpieza. Me cruzo casi la estación entera para poder llegar al otro lavabo. No hay jabón. Me lavo solo con agua. Menos mal que en el bolso llevo un pequeño bote de gel antiséptico. Resuelvo de nuevo.

Siendo la segunda vez que viajo sola con el bebé, también era la segunda vez que al comprar el billete solicité el servicio Atento de Renfe, que en las dos ocasiones han tenido a bien concederme por sms. Pues eso, que me lo conceden, pero se queda en un sms, porque cuando llegamos a la estación no se podía hacer efectiva la ayuda por escaso personal, además de que para este servicio tienen prioridad las personas que van en silla de ruedas. Afortunadamente en ambas ocasiones he llevado acompañante. Con una autorización extendida por el servicio de atención al cliente, mi marido pudo acompañarme hasta el vagón y llevar y subir la maleta y el cochecito al tren.

Atasco para subir al vagón. Había tal cola de pasajeros intentando meter sus maletas que tardamos casi diez minutos en poder llegar hasta nuestro asiento. Asiento ocupado. Preferente. Asiento 2A. Señora mayor. . . "Señora, ese es mi asiento". "No, es el mío: 2A". "Señora, ¿está segura? Mire su billete, por favor, porque ese es mi asiento." "Mira el billete, niña, 2A". "Señora, del coche 30, ¡éste es el 22!". A todo esto, mi marido y yo ocupando el pasillo con todo por medio, maleta, bolsa, estructura del carrito, sillita y grupo 0 con bebé incluido. La señora sorprendida, tarda un rato en reaccionar. "Señora, por favor, levántese y vaya a su asiento, que yo tengo que colocar todas mis cosas". "Yo no me muevo de aquí sin mi maleta!, y mi maleta está ahí" (ubicación de ahí: justo detrás de nosotros, con una cola de pasajeros y maletas detrás, y con todo el pasillo ocupado). "Señora, ¿no ve que no puede coger su maleta por aquí?, Salga por la otra puerta que está libre y vaya hacia el principio del vagón para cogerla, que mire que atasco tiene montado!". "El atasco lo tienes montado tú con todas tus cosas por medio!". Improductiva discusión. Por fin se levanta (cuando acude a nosotros la azafata y se la lleva por la puerta libre, obviamente) y podemos colocar todos nuestros bultos. Situación resuelta.

Mi marido, metro noventa, 120 kg, agarra mi súper maleta nueva, la levanta, la intenta colocar en el portamaletas superior, se carga el asa, una rueda y la pieza que sirve de apoyo para que se mantenga en pie. "Menuda porquería de maleta te has comprado. Eso te pasa por comprar cosas baratas. Para la vuelta te compras una buena maleta y te gastas 60 o 70€". Imaginaos mi cara: a punto de soltar un puchero y tragándome mi orgullo.

El viaje hasta Barcelona fue bastante bien. Quitando que al pobrecito de mi bebé le costó mucho dormirse por la sobrecarga de estímulos (luces, megáfono, ruidos, "hay que niño más mono", etc.). Pero es tan bueno mi niño, que no hizo caca en todo el trayecto (recordad que tuve que utilizar la bolsa guarda-pañales-cagados para meter mi comida).

Llegada a la estación de Sants. No viene nadie del personal de Atento a ayudarme, lo que no me sorprende, y como mujer precavida que soy, ya le había dado indicaciones a mi madre para que bajase ella a las vías. Bajo del vagón con ayuda de otros pasajeros y nos dirigimos al ascensor (mi madre llevando el carrito y yo con la maleta sin asa y que al soltarla se caía por falta de apoyo). Nos ponemos en la cola del ascensor, y después de un buen rato, deja de funcionar. No pasa nada, nos dirigimos al otro ascensor. Una cola infinita. Genial: solo hay dos ascensores, uno no funciona y las escaleras mecánicas se han estropeado, y tengo que hacer dos colas, con una maleta de la que no puedo ni tirar y con un bebé "cociéndose" de calor! Pego una par de gritos de histérica indignada: "Esto es para poner una reclamación!". Un trabajador intenta darme solución y conseguimos que mi madre y el bebé se adelanten en la cola y puedan coger por fin el ascensor. Yo subo por las escaleras mecánicas paradas con mi maleta a cuestas. "Pa" morirme, por Dios, me faltaba el aire al llegar arriba, pero resuelvo de nuevo la situación.

Salimos fuera. Llego hasta la furgoneta de mi hermano. Llueve a cántaros. Abro el maletero y se cae una cesta de boletaire al suelo y una pelota de baloncesto que salta y va rodando en medio de la carretera. Salgo corriendo detrás de la pelota, esquivo un taxi y una moto. Vuelvo a la furgoneta empapada. Meto la maleta que pesa 1000kg, el cochecito, la sillita, cierro el maletero de un portazo, me importa un carajo si resuelvo o no la situación, estoy loca de ira y grito: ¡Pero bueno, qué mala suerte tengo, ni que hubiese pisado MIERDA!

2 comentarios:

  1. Me alegro de no haber vivido la experiencia del aparcamiento inundado de inmundicias. En Málaga, es cierto, no terminamos de acostumbrarnos a la lluvía. En cuanto caen cuatro gotas, demasiadas cosas dejan de funcionar como debieran. Aunque también es cierto que la lluvía del fin de semana fue (como casi siempre) algo exagerado.

    Lo que sí he vivido alguna vez ha sido lo de la confusión con el número de asientos, tanto con equivocación por mi parte como del otro lado. Dos cosas he aprendido: 1º) que nunca debe uno presuponer que ha acertado con el asiento (sobre todo si se entra demasiado apresuradamente en el tren); y 2º) que por nada del mundo se debe utilizar la lógica y la razón al discutir con un idiota que se cree en posesión absoluta de la verdad. Mi estrategia en estos casos es "remar a favor de la corriente" y favorecer que la estupidez llegue hasta sus últimas consecuencias, dejando así que el idiota se dé cuenta por sí mismo de su equivocación. Nunca se debe discutir con él.

    En la compra de maletas conviene no ser tacaño y gastar lo que sea necesario, incluso un poquito más. Las maletas de viaje no se suelen cambiar en muchos años, a veces hasta pasan de generación en generación si son de buena calidad, así que su compra hay que tomársela como una inversión a largo plazo, tratando de buscar lo mejor que pueda uno permitirse.

    Incluso si se piensa que nunca más las va a volver uno a utilizar, conviene igualmente tener siempre un par de buenas maletas en el armario. Realmente, nunca sabe uno cuando las va a volver a necesitar (para viajar o para salir huyendo), y siempre habrá algún conocido que nos las pueda pedir eventualmente y con el que quedaremos la mar de bien prestándoselas para la ocasión.

    Cambiando de tema: me gusta mucho el nombre elegido, Daniel. No se puede escoger un nombre mejor. Tiene esa jovial musicalidad difícil de encontrar en otros nombres, con reminiscencia bíblicas que le dan solemnidad y un diminutivo que suena cariñoso, alegre y juguetón: Dani. En definitiva, el nombre perfecto. Aunque está feo que lo diga yo ;)

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    1. Buenísimo comentario Daniel! Muy buenos consejos y sobre todo gracias por hacerme sonreír! Con tu permiso, voy a compartirlo. Un abrazo.

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